30 ago 2015

Día veintiséis

A las once espera Marivi sentada en la balaustrada que asoma a la ría, con la sonrisa endeble de una madurez sombría, dejando entrever los restos de una belleza acuosa, casi atemperada, con el recuerdo infame del abandono gestado.

De todo cuánto guarda, nada le punza más que la ausencia de una última llamada y percibe en Andrés una hilera de desencanto adquirido, indolente y gastado, como la madera quebrada de la barca vieja que corona el embarcadero...

Día veinticinco

Las postrimerías del verano tiñen el cielo de nubarrones otoñales mientras vociferan los niños en un canto preescolar nostálgico y almibarado.Por las tardes, cuándo la siesta se vence y el café husmea, el mar pierde su olor a salitre derrotado por la hornada del hojaldre de las Conchas, una cafetería de dos décadas regentada por Camila, a quién Andrés ha alquilado una casa de techos bajos y ventanucas azules, frente a la ría dónde se pierde el ferry ayamontino. Marivi evita el sol arenoso del mediodía y pasea la baja mar a eso de las nueve, ejercitando su artrosis siempre recostada sobre la humedad de la última ola. Al final del horizonte, dónde se diluye el perfil de la frontera, Marivi ve acercarse una sombra torneada de hombros enjutos y piel lacerada. Es él, el portugués con el que sueña Marivi, el de la casaca, el pelo blanco y el humo eterno de un solitario cohiba..

-Te llamas Marivi, ¿no es cierto?
-Sí, me llamo Marivi, ¿nos conocemos?

 

Día veinticuatro

Andrés, el portugués con el que sueña Marivi, huele a vino de trincadeira y a cataplana vaporizada y se atiza la casaca con temple, en un intento de borrar las arrugas de su cara. En los atardeceres de frontera lusa, cuándo el sol cae sobre el Guadiana, Andrés se sienta frente al muelle, orientado al embarcadero, para añorar como cada estío, aquella esclavitud conservera que lo trajo hasta Ayamonte una mañana, dibujando, a lo lejos, los azulejos coloridos de las fachadas.  Marivi duerme con el postigo cerrado, en un sueño profundo y alquitranado, con el perdón incipiente de su pasado y la imagen de Andrés difuminada, mientras al otro lado de la acera, en el último café que aún no ha cerrado, se quema apresurado un cohíba, entre recuerdo de una pena insolvente y el de un melancólico fado.

Día veintitrés

El pueblo dónde veranea Marivi está sembrado de viejas sin dientes y pescadores viudos, con casas de ínfima altura y ventanucas desoxigenadas.Al caer la tarde, las sillas de enea conforman un zig zag de rumorología, aposentadas de culos cotillas y ocio desasistido.
Marivi, que no conoce a nadie y sólo recala en el pueblo durante el estío, lleva una semana recorriendo los mercadillos empedrados de la sierra, de dónde cuelgan batas de bambula, zapatillas de esparto artesano y gallos de bronce de Santo Antonio y sus freguesías. Al final de la calle principal del mercadillo de las dunas, instalan cada domingo un bar ambulante con olor a aceite de arbequina, abastecido con pescado sobrante de la lonja, en dónde Marivi se para a descansar las prótesis de las rodillas. Al filo de las dos, los ambulantes desvalijan su mercancía y vociferan los estertores de las ofertas del día mientras Marivi intuye, al otro lado de las dunas, el perfil arrinconado de Andrés y la filigrana del humo de su cohiba. El portugués recuerda los besos robados tallados en la pontona flotante del guadiana mientras descubre el verde de los ojos de Marivi, tan profundos como el fado de Tavira, tan verdes como los pinares de Cartaya...

Día veintidós

Marivi no tiene vacaciones, si acaso un paseo a la farmacia del pueblo, aventando el sopor con las varillas de su abanico, un ejemplar de palo santo burilado que remueve su perfume de artrosis y decepciones.
Al final de la plazoleta se aposta cada tarde un maduro de pelo blanco y casaca agrietada, fumador de cohibas, trasnochado de hierbabuena, de aspaviento retraído. Andrés entorna la mirada, esculpiendo sinsabores con el mentón alzado, preñado de habanos y ginebra, agónico ...de un infausto pasado.
Marivi se arranca a su paso pedazos de un nido vacío y clava su mirada en Andrés, despejando de su frente el mechón antiguo del olvido, impostando el deseo y alzando las enaguas de un prólogo de ficción y duermevela...

Marivi, la que nunca ama, la que de soledad siempre se quema...

Día veintiuno

Elena siempre sueña lo mismo. Se levanta con el pellizco avinagrado de la tristeza, deprimida y exhausta, adoctrinando la costumbre con desaliño de perro flauta y esperando el informe de alta. Tiene un piso en la macarena, de macetas con hierbabuena, alicatado con azulejos, sembrado de muebles viejos, lúgubre y aceitoso, con buzones de viudas sin esposos. Lo compró el padre de Juan a la par que la quincalla y los talones de Elena se enroscan con venda de malla.

 Me gusta visitarla... una vez por semana, le regalo pestiños y pan de la Algaba y ella se entretiene con el tacto de las toallas. Me pregunta por Pedro y le engaño con mesura y ella se hace la tonta pidiendo la unción del cura. Elena es pellejo colgante de senil anatomía y confunde leyes y versos y la noche con el día. Ingresó a la par que Pedro, fustigada por el olvido y Pedro añora los brazos de su marica querido, par de dos desgraciados, infantes de la locura, raquíticos de un cruel pasado, del amor caricaturas. Es innoble el suplicio de dos cuerdos diagnosticados que laten sin pulsaciones y mueren adocenados.
Ha venido de visita el hijo de la pobre Elena, un pancista tendenciero, de mugre y reloj de arena, fláccido de lente oscura, predicador de interés y usura y le ha traído un pijama con botón y sin costuras. La visita fugaz ha sido fría y sin besos y a Elena de dormir de lado, le duelen todos los huesos. Para descansar cerrará en Agosto la quincalla y Elena jamás posará los talones en la playa, menudo hijo de puta, menudo hijo canalla, maldito su vómito estulto a dónde quiera que vaya.
No puedo evitar la pupila nublada, una pena sombría y el hilo que enhebra mi breve alegría.
Si la vejez me llega, que me pille dormida, desmemoriada y absurda, de escribir aburrida, harta de risa y tango, demócrata convencida, antigua de enagua vieja, insociable y mal parida.

Con vaivenes y caídas, habré vivido mi vida.

 

Día viente

 
Los días se suceden con la tragedia inacabada que dejó la despedida de mi tío Pedro.Atrás quedó el olor a vacío del llanto simulado y el calor implacable del tanatorio, como si las penas se pelearan amotinadas en un reservorio.
Me he ido a pasear por Triana, acostada en Juan Belmonte y en su tripa de Giralda perforada y me he sentado al otro lado de San Jacinto, en dónde aún se oye el eco afónico de la cava. Sevilla es así, motín de un verano despiadado, de primavera una nostalgia y recuerdo de un incienso que se quema en las entrañas.
Mi amiga Isabel quiso mucho a Pedro, se mataban de verborrea y se zurraban con saña y exportaban los odios malditos que yacen en las dos Españas.
Isabel es pija, de boutique de los remedios y Conchita se compra batas que le duran cuatro inviernos.
Y yo permanezco siempre en el lacónico término medio, lectora ciega y absurda de una España que no entiendo.
A las once nos hemos citado en un bar de tiza en la oreja, de altramuces y almendras fritas y gitanillas en la reja, Marivi, mi marido y yo e Isabel y su pareja.El novio de mi amiga es un empresario corrupto, comisionista de especulación y hurto, tunante de pliego y descargo, de los que siempre se quedan con algo.Es dictador ideológico de una absurda nueva tendencia y me jode y me revienta que se ria de mi impotencia. Sevilla, la nuestra, coetánea y siniestra, aventajada en su cisma, de desfalco una muestra, sinvergüenza y honrada, inmune ante nada, pretérita de leyenda, que a un Gran Poder se encomienda, respiradero de palio, de albañil y de andamio.
¡Sevilla, quién fuera eterna para vivirte cien años!

 

Día diecinueve

Mi tío Pedro ha muerto.Ha sido de madrugada, sin luz y con llanto y Conchita remeda coplas de negación y de espanto.El tanatorio en verano huele a soledad y látex y Conchita vomita su pena a horcajadas en el báter.Pedro es alto y de tibia aparente y le han partido los huesos y maquillado la frente.

 Le miro inerte, rígido y solitario y Conchita se empeña en entonar el rosario.La sala de su velorio se preña de mariquitas y huele a perfume añejo y postre de leche frita.Al fondo ...del responso, apoyada en un banco, hay una sombra enjuta, austera como un taranto.El cura se persigna, exorcizando la muerte y de Pedro asoman encajes y carmín de cuerpo presente.Marivi cruje la artrosis y niega con la cabeza e Isabel estrena novio y ático en la calle pureza.

La esquela de Pedro es una letanía sin hijos y Conchita pone en su boca, palabras que nunca dijo.

-Él guisaba potajes y me ataba las madejas y odiaba a los maricas, los proges y las pendejas.De su vida y mis abrazos no puede tener queja y allá dónde esté, que Franco me lo proteja.

El pésame convencido se sucede ceremonioso y un monaguillo aniñado pone fin al responso.En el último banco, llora la sombra enjuta y el rimel perfila fluído la apariencia de una puta.Es la hermana de Enrique, el amante de mi tío Pedro, la única que se atribula por la presencia del muerto.Ana llora las palizas de Enrique, el calabozo y los grises, los abrazos robados, la ley sin matices.Araña un féretro de vida oprimida mientras Conchita saluda a vecinas cotillas.Le molesta la obscenidad de la burda apología, el tanga del sex shop, las fiestas y las orgías pero le apena la burla que soportan cada día.

Me he sentado en los jardines,discreta para que nadie me viera.Marivi viene a mi encuentro, artrósica y resignada y el tanatorio es una mentira que no me sirve de nada.He abierto el bolso para leer su esquela y descubro un valium de Pedro, prescrito en su duermevela.Me lo he tragado con prisa, sin agua y a borbotones y lloro jirones de rabia de un amor por cojones.

 

26 jun 2015

Día dieciocho


Amina cocina baklava meciendo sus veinte años y hornea mientras limpia el almíbar de los paños. Tiene zapatos de pico y las cejas greñudas y una cicatriz que empalidece sus entrepiernas menudas. Su mudez es agitada y su ademán disconforme y su mirada huidiza descansa bajo unos ojos enormes. Trabaja con esmero el limón y las nueces y limpia una lápida blanca anclada bajo dos cipreses. Amina se prende en la memoria de un embrión muerto y se libera y se condena mientras se arranca su pelo suelto. La han violado cien veces y le han rajado el abrigo y yace junto a los cipreses el desgarro de su ombligo. Ha oído la plegaria hemorrágica de tripa abierta y descalza ha acariciado los disparos en su cabeza.

 Mira al bósforo despejado, indómito e incierto y cicatriza paredes grises y espejismos en el desierto. Ha perdido el habla y le han reventado los dientes y desde su infierno de muerte maldice su mala suerte. Su mirada ha visto decapitar a los indefensos y llora cada mañana las raíces de sus muertos. Ha sido vejada a palos, reventada a culetazos y le salva el prólogo breve de un corán roto a pedazos. Amina no tiene útero y le pinchan los ovarios y arranca hojas vacías a la pena de su diario. Quiso hablar un día, para pregonar su inocencia y le arrancaron la lengua, con odio y sin indulgencia.

Amina es libre hoy, con las yagas de sus historias y sólo le pesa negro el punzón de su memoria.

 

19 jun 2015

Día diecisiete

Día diecisiete.
Esta mañana he pasado por el hospital porque han ingresado a mi tío Pedro. Los pasillos del hospital son asépticos y multiformes, con sombras de diagnóstico y escaleras enormes. La planta de psiquiatría es como un gueto de reojo, con sueros erguidos pringados de rojo, habitaciones de puertas convexas y pacientes de bragueta abierta.
Al fondo de la hilera de puertas está la ciento cuarenta y me acerco nerviosa, sujetando con fuerza mi ramo de rosas .Bordeo la segunda cama y me acerco a mi tío Pedro, inmóvil y yerto, perfumado con tufo de muerto. Percibo en su mano derecha la rigidez del que se agarra a la vida y frente a mí el cartel luminoso parpadea marcando "salida".
A mi tío Pedro le mata la pena, el recuerdo de Enrique, del sexo en verbenas, el beso furtivo, la mano entreabierta y el futuro absurdo detrás de la puerta.

Empina sus dedos, levanta sus ojos y crea un mundo que adjetiva a su antojo. Hace dos días que no ingiere alimentos y su riego trombótico se coagula por momentos. Mi tío Pedro tiene una depresión somatizada y su corazón naufraga en medio de la nada.Ha precipitado la vida y por mujer ha tenido una hermana y de cantar copla a escondidas se le murieron las ganas. Pedro ya no lucha, Pedro ya no come y vomita una vida impuesta, sin razón y por cojones.
Fue maricón de nacimiento, de burla y patrón siniestro y Enrique fue su amor, su ciénaga y su maestro. Isabel ha llegado y huele a naftalina añeja y se trae el punto al relevo, como si fuera una vieja. El gotero cae despacio, meticuloso y espeso y dice su psiquiatra que tiene falta de besos. Huele a fármaco, se mastican los antisépticos y qué pena que le prescriban amor a los que casi están muertos.
Marivi me espera al otro lado de la avenida. Sonríe con paciencia y presencia diluida y resignada susurra "así es la vida".
No, no es la vida, la vida la hacemos nosotros.
Aunque, a decir verdad, los puentes de Roma están llenos de cerrojos.
Porque siempre habrá amor dónde habiten unos ojos.